Actualizado 11/10/2015 12:00

Siete días trepidantes.- ¡Atención, que vienen los cambios!.

MADRID 11 Oct. (OTR/PRESS) -

Hay que reconocer que fue el Partido Popular el primero en darse cuenta de que la ciudadanía viene pidiendo cambios. Así que modificó su logo, y la gaviota pasó a ser un albatros, o un charrán, o nadie sabe con certeza qué pájaro marinero. Ahora, menos mal, el Partido Socialista ha caído también en la cuenta de que han llegado tiempos de mudanza, de manera que ha sustituido esa especie de alcachofa que venía utilizando, por las siglas con la rosa y el puño de siempre, que hay que retornar a las esencias.

Al menos, en Podemos, que anda igualmente de viraje, aunque algo más de fondo, están adecentando el lenguaje despectivo de antes, y parece que Pablo Iglesias hasta se perece tanto por ir --y hace bien, conste_- a la recepción del Rey el día de la fiesta nacional que ha protestado porque no le había llegado invitación para asistir al acto, que el lunes congregará, dicen, a más de mil quinientas personas, confiemos en que presidentes autonómicos y ex presidentes del Ejecutivo incluidos.

Lo que ocurre es que La Zarzuela, donde sí se están dando cambios de fondo desde que Felipe VI asumió la corona hace dieciséis meses, había invitado en realidad al dirigente de Podemos, que cometió un error al revisar su por otra parte abultado correo. Un tropezón que ha traído demasiada cola (y coleta), vamos.

Pero en la política nacional no hay muchos más cambios-cambios que los de los logos. Para cambios, eso sí, los que se están dando en Cataluña, pero sospecho que, gracias a la inestimable ayuda de la CUP, esos cambios van a ser para regresar a los orígenes. A este paso, la torpeza de Artur Mas acabará propiciando unas nuevas elecciones autonómicas, y para entonces la ciudadanía ya habrá calibrado lo que le ha significado la broma de votar al 'Junts pel Sí' no tanto para conseguir la independencia cuanto para dar un capón al 'inmovilista Rajoy', como escuché la víspera del 27-S en boca de varios amigos catalanes.

El capón, Rajoy puede que se lo lleve el 20 de diciembre, mientras que los catalanes, y con ellos el resto de los españoles, ya nos lo hemos llevado cuando, hace tres semanas, las urnas autonómicas --perdón, plebiscitarias_- arrojaron los resultados imposibles que arrojaron. Ahora, hasta Standard&Poor's, cuyos muchos traspiés parece que hemos olvidado, ensalza a Madrid, mientras sitúa en la basura a Cataluña. Que incluso ve cómo manos ignotas boicotean el siempre atestado AVE Madrid-Barcelona, extraño suceso donde los haya y que levanta las especulaciones más diversas, siempre sin pruebas concluyentes para atribuir a unos u otros el 'sabotaje', eso sí.

No sé si en los estados mayores del PSOE y del PP están intuyendo que, más allá del lavado de fachada de los logos, los españoles están exigiendo de ellos, entre otras cosas, un plan para ayudar a que Cataluña vuelva a la sensatez. Y lo mismo digo de Ciudadanos y Podemos, desde luego.

Andan las cuatro formaciones enganchadas a qué tipo de campaña electoral van a hacer para llegar al poder, a un cierto poder, tras el 20 de diciembre; que si una campaña 'a la americana', personalista, que si clásica, que si renovadora y rupturista, y olvidan los programas-verdaderamente-nuevos, la inclusión de sociedad civil en las candidaturas, el propio desbloqueo de esas candidaturas, algo, una vez más, imposible 'por falta de tiempo'.

Y, sin embargo, es ahora, cuando las proclamas albanesas de la CUP hacen temblar incluso a esos que han atacado con ferocidad a Joan Manuel Serrat por declararse contrario a la independencia --y mira que lo hizo, él, al que tanto debe el idioma catalán, solamente una vez pasadas las elecciones--, ahora, precisamente, cuando cabría empezar a barajar, y ofrecer, soluciones a Cataluña desde Madrid. Y desde el resto de España, claro. Pero si usted tiende una mano generosa, económica y legalmente, a Cataluña, puede que pierda usted votos en algunas zonas del resto de España, por ejemplo Andalucía. La miopía sobre el desarrollo futuro del Estado no se limita, claro, solamente a 'Madrit'.

Al PSOE 'de Ferraz' hay que reconocerle que presenta algunos atisbos --atisbos-- reformistas que pudieran muy bien derivar en propuestas para que muchos catalanes se pensasen muy mucho lo que han de hacer si, por casualidad, a alguien le da por plantearles un referéndum 'desde el Estado'. O unas nuevas elecciones. Inevitables, por cierto, si Mas no se larga de una vez a Estados Unidos, o a Canadá, o a donde sea.

También Ciudadanos y Podemos, cada cual en su esfera de confusión, abren portillos al cambio, pero son portillos y los goznes resuenan demsiado. Rajoy, la verdad, no sé a qué espera. Está, en casa, en la cumbre de la impopularidad, pese a lo que le elogian Merkel, Juncker y Cameron. No basta con los bailes de la vicepresidenta, ni con las cañas que el presidente se toma en los bares por el centro de Madrid.

Y, sin embargo, imperceptiblemente, la estrategia monclovita va girando: ahora, el enemigo ya no es Pablo Iglesias, sino que se reconoce que es Pedro Sánchez. Ya no se compara a este con un peligroso extremista 'gauchista', aliado presunto de los podemitas, sino que el temor confeso es a su alianza con Albert Rivera, en un futuro Gobierno de centro-izquierda y centro-derecha.

Claro que todas esas son especulaciones del 'estado mayor' monclovita. Dicen que Rajoy, a quien aún ayuda ser el principal redactor del 'Boletín Oficial', el aliado de la canciller alemana y el inaugurador de las obras públicas más diversas, para no hablar de los elogios a su política económica lanzados por las agencias de calificación, prepara algunos golpes de efecto para soltarlos cuando las primeras luces de Navidad empiecen a colocarse en las calles.

O antes, que no en vano el congreso del Partido Popular Europeo, que dirige con mano maestra 'Tono' López Istúriz, va a celebrarse en Madrid, a donde acudirá lo más granado de los 'pesos pesados' de la UE. Menuda 'photo opportunity': ya quisieran Pedro Sánchez, que dicen que va a echar mano, si se dejan, de Hollande, Valls y Renzi, o Pablo Iglesias, que no puede traerse a Tsipras --menudo papelón el del griego-- ni al británico Corbyn, que tampoco acudirá en auxilio del PSOE. O Albert Rivera, que está convencido de que su mejor aval internacional es... Albert Rivera.

En fin, que ¡es el cambio, estúpido!, que dirá alguien, inevitablemente, desde algún atril de campaña, olvidando reconocer que está remedando el grito de guerra que a Clinton le valió una victoria hacia la Casa Blanca. Y olvidando, claro, que el cambio no solamente se vocifera, o se pinta en los logos: se hace.

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