MADRID 20 Dic. (OTR/PRESS) -
Los mítines de cierre de campaña nos convencieron, por si hiciera falta, de que los otros tres jinetes que han cabalgado España en un galope frenético, lleno de gestos y falta de ideas, admiten ya ni siquiera tácitamente que Mariano Rajoy ganará las elecciones de este domingo. Nunca se había hablado tanto de encuestas en estos últimos cinco días pese a la absurda prohibición legal de hacer públicas encuestas precisamente en este plazo. Y todas decían lo mismo. Así que Rajoy, atacado dialécticamente, incluso golpeado físicamente, se ha comportado con la impasibilidad, e incluso con la moderación complaciente, de quien se sabe vencedor. Su incógnita es ya apenas la misma que la de usted o la mía: quién quedará segundo y, por tanto, qué ocurrirá con los pactos. Porque en Moncloa y en la sede de Génova se cita mucho en estas horas el caso de las aún recientes elecciones portuguesas, en las que ganó el centro derecha, y que inmediatamente perdió el poder merced a un pacto de la izquierda.
Y ¿quién quedará segundo? Pues, si nos atenemos a los datos -subterráneos_que van circulando por todos lados, la medalla de plata lo mismo la puede ganar el PSOE de Pedro Sánchez que Podemos de Pablo Iglesias o Ciudadanos de Albert Rivera. Cierto es que el primero y el último dan la impresión (quizá sin fundamento) de haberse estancado algo en la recta finalísima, mientras que los morados, que han hecho una buena campaña, andan en eso de la 'remontada'. Pero, claro, habrá que esperar hasta la noche de este domingo de infarto para empezar a hacer los análisis pertinentes y conocer, de verdad, quién piensa pactar con quién, para facilitar o impedir qué, y para qué ese pacto. Porque la verdad es que, durante la campaña, nadie se ha molestado, en medio de tanta aparición en programas-espectáculo, en explicarnos a fondo a los electores qué pretenden hacer con nuestro voto: ni en lo referente a Cataluña -atención a la fecha del 27-D--, ni acerca de si hemos de entrar en la guerra contra el fanatismo islamista, apoyando a Francia, ni cómo diablos vamos a cumplir las exigencias de la UE sobre el déficit, ni* Bueno, por no saber no sabemos con quién gobernará Rajoy, ni qué hará con este Gobierno. Y tampoco sabemos, claro, si, al final, una coalición de izquierdas llevará a cabo una 'maniobra a lo luso' y acabará con la reelección que Rajoy pronostica, en conversación secreta pero no tanto, a la canciller Merkel, después de que esta le acariciase la mejilla herida por el intolerable ataque de un chiflado casi adolescente.
Menuda foto esa de la dama de Europa impartiendo ternura a un Rajoy al que le ayudan hasta las 'cumbres' europeas en vísperas de las elecciones. Menuda campaña buena ha hecho el presidente rectificando su propia idiosincrasia, abandonando su hieratismo, olvidando su política de puertas monclovitas cerradas a cal y canto, apretando manos y haciéndose 'selfies' y hasta ganando al futbolín a Bertín Osborne. Frente a esa campaña en la que hasta tuvo la oportunidad de perdonar a su agresor (al físico, no al verbal Pedro Sánchez), las de los demás parecían las de tres corredores que aspiraban a quedarse de segundones, sabedores de quién iba a cruzar primero la línea de meta. Porque el secretario general socialista se juega, todos lo dicen, la supervivencia política si no ocupa ese lugar de viceganador en el podio. Y Rivera se consolidará como árbitro -aunque él diga no querer desempeñar esa función_solo quedando segundo. Y Pablo Iglesias, que, como Rajoy, se ha forzado a una transformación radical de imagen y de mensajes, obtendría un triunfo sin precedentes en la historia mundial de la política: ahí es nada, entrar segundo en apenas año y medio de existencia de su partido y con un mensaje y un 'look' completamente inéditos.
No me extraña que el mundo entero esté pendiente de las elecciones españolas. No porque algo vaya a cambiar 'a la griega'; hace tiempo que Iglesias se distanció del 'ejemplo Tsipras', que ni ha venido por España en la campaña electoral. Ni porque el europeísmo de nuestro país vaya a debilitarse: ninguno de los cuatro en liza, ni los nacionalistas, ni siquiera el izquierdista más duro Alberto Garzón, cuestionan la marcha española en la UE. Ese cuestionamiento antisistema queda para la CUP catalana, cuya influencia, no cimentada por los votos, se extinguirá, confiemos, con el año. No; el mundo entero ha desplazado a sus mejores comentaristas periodísticos a Madrid porque en España casi todo es insólito, desde los modelos de divertimento en la campaña hasta la coleta de Iglesias, pasando por el pasotismo del presidente o el dinamismo de la vicepresidenta, a la que achacaron una acaso inexistente 'operación' para sustituir en fecha no lejana al 'número uno'. En este semana he recibido llamadas de varias radios latinoamericanas, portuguesas y de colegas de diarios franceses y belgas, ansiosos todos de que alguien les explique las claves de lo que ocurre en la política española. ¿Tutelada por el Ibex, que dicen que ha favorecido a una opción determinada, aunque nadie haya logrado probarlo?¿Dominada por pactos subterráneos, porque, al fin, aquí todos hablan con todos preparando en la oscuridad, y sin los ciudadanos, el futuro? ¿Atenazada por los malos presagios de lo que ocurrirá en Cataluña?
He sido incapaz de dar respuestas concluyentes a estas inquietudes de otros periodistas extranjeros. ¿Cómo explicar que Rajoy, desde la quietud reticente al cambio, vaya a recibir millones de votos, menos que hace cuatro años, desde luego, pero más que los demás?¿Cómo que un emergente como Ciudadanos, sin apenas infraestructuras, ni sedes, ni figuras conocidas más allá de su líder, haya llegado tan veloz a donde ha llegado? ¿Cómo que Pedro Sánchez, que hace dos años era un desconocido, o casi, y que llegó a la cúspide de un partido que salió destrozado del ejercicio del poder, pueda soñar ahora con sentarse en La Moncloa, sea merced a los pactos que sea? Y de lo de Pablo Iglesias y Podemos ya ni hablemos, claro; solamente el hartazgo de tantos años de abusos bipartidistas, de corruptelas y de gobernar de espaldas a la gente puede justificar este fenómeno.
La pulsión del cambio es, pues, la clave. Porque, sea como fuere, y gane quien gane, la próxima Legislatura registrará un setenta por ciento de rostros nuevos en el Parlamento, y sin duda esa novedad se corresponderá con una nueva forma de hacer política: el mensaje de las urnas de este domingo no puede, de ninguna manera, ser desoído. Forzoso será que estos cuatro jinetes, que esperemos que no sean los del Apocalipsis, lo entiendan, so pena de que la enorme crisis política evidenciada en esta campaña, que ha sido como para olvidarla -ay, aquel debate 'cara a cara' del pasado lunes...- , se agudice aún más.