Actualizado 04/07/2018 13:22

El ejemplo de Jaime Garralda

MADRID, 4 Jul. (OTR/PRESS) -

Dedicó toda su vida a convivir con los que la sociedad esconde: presos, enfermos de sida, sin techo, inmigrantes, los que para él eran “los preferidos de Cristo”. Son miles los que le deben un lugar donde vivir y donde morir, unos brazos abiertos, una palabra de consuelo, siempre una sonrisa, todo lo que tenía. No vivió para ellos, sino con ellos. Hasta agotarse a sus 96 años. Se llama -me resisto a decir que se llamaba- Jaime Garralda, era jesuita y fundó sus “Horizontes Abiertos”, luego Fundación Padre Garralda-, y durante toda su vida como sacerdote eligió la opción de los más desfavorecidos. En Granada, en Panamá, en Vallecas -dieciséis años viviendo en una chabola-, en las cárceles y fuera de las cárceles, en el Rastrillo, con los políticos, con quien fuera si era para conseguir algo para “ellos”. Él que era un “niño de Serrano” cambió todas las comodidades para vivir el Evangelio con los que no tenían nada, ni siquiera esperanza. Y se la devolvió a miles.

Si Dios no existiera, me escribió un día, sería la peor noticia para los desterrados por la guerra; para los inmigrantes aún con riesgo de sus vidas; para los presos; para los terminales de SIDA o lo que sea envuelto en pobreza; para los enfermos de droga; para los tirados “sin techo” y para los bebés nacidos en la miseria. Para los pobres, los marginados, los hambrientos, los míseros del 4º mundo. Para todos estos sería la peor noticia Si Dios no existiera, pobres de ellos y pobres de mí. Me quedaría, de repente, aplastado por mis largos años, sentiría la vejez, la tristeza, el egoísmo”. Para muchos de ellos, Garralda fue la Buena Nueva, la única “buena noticia” en sus vidas.

Jaime Garralda decía que “los rechazados saben que la sociedad no los quiere. Su regla son los ojos: a veces les dan limosna, pero casi nunca los miran”. Empezó atendiendo a drogadictos y recogiendo a enfermos terminales de SIDA cuando éstos se morían en el estercolero. Luego se metió en las cárceles para escuchar y atender a las personas que están privadas de libertad, pero de nada más. Ayudó a los niños que viven tras las rejas con sus madres para que pudieran salir de ese entorno, terrible para una persona, pero sobre todo para un niño. Levantó hogares fuera de los muros de la prisión para las presas y sus hijos. Escuchó como nadie el dolor, el hambre, la soledad, la falta de amor y aplicó el remedio que conoció y vivió en plenitud: el evangelio. Garralda era un adelantado del Papa Francisco: “menos Iglesia y más estar donde debemos estar. Nos necesitamos todos”. Siempre trabajó para devolver la dignidad a esas personas con las que la sociedad es terriblemente cruel. “El Dios regañón, no existe, decía. El Dios Padre, sí”. Este domingo leía una frase de alguien: “la vida es un camino para llegar a la nada”. Jaime Garralda nos enseñó que la vida es un camino para llegar a la Vida”, Era un hombre santo. Que descanse en paz y que no deje que nosotros descansemos ante la injusticia.

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