MADRID 21 Abr. (OTR/PRESS) -
La mitad de los franceses -puede que más- odia a Marine Le Pen y la mitad de los franceses -puede también que más- odian a Enmanuel Macron. Macron es el presidente francés más odiado de la historia y la candidata Marine Le Pen comparte el odio con el que suscitaba su padre, el fundador del lepenismo. Más o menos, la mitad de los franceses van a votar este domingo a Le Pen y otra mitad votará a Macron. Muchos de los que odian a Le Pen van a votar por ella y muchos de los que odian a Macron van a votarle, en ambos casos tapándose la nariz.
Es previsible que los votos de los partidarios de Melenchon, casi ocho millones de votos en la primera vuelta, y de los otros partidos de extrema izquierda que no se decidan por la abstención vayan en mayor proporción a Macron, pero no menos de un 35 por ciento irán a la líder ultra. ¿Cómo se explica esto? Porque los votantes, en Francia, se han hartado de los partidos tradicionales - conservadores y socialistas son ya casi extraparlamentarios y preparan su entierro- y votan más "contra algo" o "contra alguien" que por su ideología.
Tampoco confían mucho en que cualquiera de ellos vaya a solucionar sus problemas. Hace cinco años, Macron ganó a Le Pen en la segunda vuelta, por un 66 a 33 por ciento del voto. Ahora parece que ese margen será mucho más estrecho y hay quien no descarta la sorpresa. ¿Se ha doblado el número de ultraderechistas en Francia? No, para nada. Lo que se ha multiplicado es el número de descontentos, de cabreados, de votantes que han perdido la confianza en los políticos que les representan y que les castigan por la pésima gestión realizada, las divisiones ideológicas y la falta de atención a los problemas reales de los ciudadanos.
En Castilla y León arranca una experiencia inédita en España. Con muchos riesgos para el PP y escasas ventajas. Pero la única manera de mantener el poder en esa tierra. Habrá que esperar a ver si de ese pacto surgen leyes mejores o peores para los ciudadanos, si afectan o no a sus derechos y cómo es su gestión. Hasta ahora el PP ha respetado prácticamente todas las leyes del PSOE, incluso las que debería haber cambiado. Vox, muchos de cuyos votantes no son de extrema derecha, es un partido cuyo respeto a la Constitución es mayor que, por ejemplo, el de los socios independentistas del PSOE, por supuesto que el de Bildu, y con levísimos matices, tanto o más que el de Unidas Podemos. Así que habrá que juzgarles por los hechos.
Ya veremos si es un Gobierno igual de dividido que el de España, donde el presidente oculta decisiones y medidas trascendentales a sus socios y donde estos aguantan porque fuera hace mucho frío, se gana mucho menos y no hay donde colocar a tantos militantes sin bagaje. Algún consejero propuesto por Vox tiene mejor currículo y carrera que todos los ministros de Podemos juntos.
Núñez Feijóo mantiene las distancias, pero sabe que si no cambian mucho las cosas, va a necesitar a Vox si quiere gobernar en España y en otras autonomías. Mientras llega el momento, hace bien en centrarse en presentar un programa y en ofrecer soluciones para la economía. Sin ir más lejos, hoy leo que hay al menos cien mil puestos de trabajo que no se cubren en la España de los tres millones de parados; que la Seguridad Social está colapsada y tarda meses en atender a los ciudadanos por falta de personal; otro tanto en la sanidad pública; que en 2021 España solo adjudicó un 27 por ciento de los fondos europeos Next Generation y un 19 por ciento del total de las convocatorias; que el Gobierno y las autonomías dejaron de gastar 76 millones en dependencia, cuando las demandas y las urgencias son inmensas. Eso sin hablar de la inflación, la electricidad y otras "bagatelas".
Es decir, que lo primero que hay que hacer es atacar las grandes deficiencias que hay en el funcionamiento del Estado y el enorme despilfarro en el gasto público, porque eso es lo que genera ciudadanos cabreados y enfadados que acaban votando con las vísceras en lugar de con la cabeza. Sería bueno no seguir el camino de Francia.