MADRID 10 Oct. (OTR/PRESS) -
"Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibes que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada". La frase de la filósofa y escritora Ayn Rand está escrita hace muchas décadas, pero es plenamente actual.
El Gobierno cuela como un trilero una reforma para beneficiar a los asesinos de ETA y cuando lo descubren, no sólo no rectifica sino que confirma la decisión porque es el pago a Bildu para poder seguir en el poder. Los diputados de la oposición, que tienen que vigilar y controlar al Gobierno, no sólo no se enteraron de nada, sino que lo aprobaron y firmaron. Todos los asesores que lo revisaron, de rositas. Y no dimite nadie o si alguien lo hace, se rechaza su dimisión. La casta. Los herederos de ETA anuncian antes que el Gobierno una reforma legal que pone en riesgo la seguridad de los policías y guardias civiles por un estricto cálculo político partidista. La Audiencia Nacional archiva el caso Miguel Ángel Blanco para dos de los grandes responsables de los asesinatos de ETA. El maltrato y el desprecio a las víctimas ponen en evidencia la falsedad del discurso del progreso, pero también el abandono por parte de quienes deberían defenderlas y no humillarlas.
La ministra portavoz que, atención, es la ministra "de (mala) Educación", miente sin pudor y con descaro sobre decisiones judiciales y lanza bulos, mientras otros miembros del Gobierno ponen en marcha el dispositivo para silenciar a los medios que lo critican. La número dos de la Fiscalía pide que no se investigue a su jefe por revelación de secretos, en un ejercicio de "sano compañerismo". El ministro de Economía, uno de los pocos que están haciendo bien su trabajo, trata de forzar a una consejera del Banco de España para que dimita y poder colocar así a otra persona de su absoluta confianza, después de que el Gobierno haya colocado al frente de la institución a un ministro. El ministro del Interior se ha visto obligado a dar marcha atrás en el intento de control orwelliano de los viajeros en los hoteles. Y es el propio Gobierno el que está convirtiendo el problema de la inmigración en un asunto que enfrenta a los españoles sin que nadie quiera resolverlo de verdad. Sin que la oposición tampoco haga mucho por afrontarlo.
La degradación del debate político y el despliegue del sectarismo es la moneda de cambio del juego político. Se podría decir que no hay debate, sólo descalificaciones e insultos. Nos toman el pelo. Y nos dejamos. Un conocido y brillante escritor, de izquierdas por supuesto, relataba el otro día que un viejo amigo al que se veía feliz le citó en un bar, copas de por medio, para comunicarle que había cambiado de ideología. Ya no era de izquierdas "ideología periclitada, pura farfolla de la que se avergonzaba" y se había pasado a la derecha. Había que esperar hasta el final del artículo para entenderlo: "a mi amigo le sucedió que al mirarse desnudo en el espejo, supo lo que había pasado. Su genoma había sido alterado. Ahora su pensamiento se correspondía con la ruina del cuerpo que le devolvía el espejo". Ya saben, eso a los de izquierdas no les pasa. No me extraña lo que el también escritor y poeta Juan Antonio González Iglesias afirma con razón: "nuestra época es más entretenida que esencial: grandes avances tecnológicos, pocas ideas". No sé si nuestra sociedad está condenada, pero andamos rondando el precipicio. Y parece que solo el compromiso de cada uno de nosotros puede evitarlo.