Actualizado 21/09/2012 14:01

Francisco Muro de Iscar.- Nada menos que un abogado.

MADRID 21 Sep. (OTR/PRESS) -

Como en todas las profesiones, hay abogados buenos, regulares y malos. Y algunos excelentes. Uno de ellos nos acaba de dejar después de una dura batalla contra un tumor cerebral en la que nunca se rindió. Nunca lo hizo en su vida. Se llamaba, se llamará para siempre, Nacho de la Mata y cuando hace pocos años, en 2009, le dieron el Premio Derechos Humanos del Consejo General de la Abogacía Española, el jurado reconoció que "su labor ha contribuido de forma efectiva al reconocimiento de derechos para el colectivo de menores extranjeros en España". Su dedicación profesional se centró casi de manera exclusiva en el asesoramiento y la defensa jurídica de personas en riesgo de exclusión social y más concretamente en el de menores inmigrantes no acompañados, un colectivo aún más desamparado y con mayores riesgos.

De la Mata fue articulando un discurso jurídico que consiguió paralizar repatriaciones sin garantías que estaban sufriendo muchos menores tutelados por la Administración pública. Incluso detuvo alguna, cuando el menor ya estaba en el avión que le iba a repatriar sin garantías y sin esperanzas. Sus recursos consiguieron que los tribunales asumieran como evidente lo que hasta entonces combatían y se tradujeron en modificaciones legales. Hasta el Tribunal Constitucional le dio la razón asumiendo sus argumentos en dos recursos de amparo. El decía que "solo es un primer paso en el camino". Pero había que darlo y él enseñó a otros cómo hacerlo.

Defendió -¡cuesta tanto hablar en pasado!- los derechos de esos menores denunciando que se les hacen pruebas médicas, muchas veces sin necesidad, para sacarles del sistema de protección y sin asistencia jurídica independiente. Denunció que cuando cumplen los 18 años y han pasado varios en el sistema de protección, vuelven a quedar en situación irregular, sin documentos ni futuro, en total desamparo, con lo cual toda la inversión y esfuerzos realizados quedan relegados a la mera política de control de flujos migratorios.

En lo personal, Nacho, junto a su mujer Lourdes y a un equipo de abogados, psicólogos y trabajadores sociales, se embarcó en la Fundación Raíces, que ofrece atención integral a niños y jóvenes en situaciones de marginación, desigualdad o exclusión social, muchos de ellos procedentes de Marruecos o del Sahara Occidental. Y cuando surgía algún problema añadido, su casa, con sus tres hijas, nunca tuvo las puertas cerradas. Otro abogado, Javier Galparsoro, dice que "convirtió su hogar en tierra de asilo y acogida" y así fue.

La vida y el ejercicio profesional de este joven abogado son un ejemplo de profesionalidad y de compromiso con la ley y con la sociedad, pero sobre todo con la infancia. Su lucha estuvo vinculada a una de las tareas seculares de la abogacía: ampliar el campo de acción de los derechos fundamentales, de modo que amparen siempre a los desfavorecidos, a los que están más necesitados de protección. Nos queda su ejemplo y su memoria. francisco.muro@planalfa.es

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