MADRID 7 Oct. (OTR/PRESS) -
Estamos hechos para la negociación, para el trabajo en equipo, para el acuerdo, para la ayuda al otro, para la solidaridad, para la compasión. Dicen que somos los únicos seres racionales del planeta. Dicen. Pero cada vez asistimos con mayor frecuencia a la exhibición del odio. Si es en grupo, mejor, más fácil. Lo estamos viendo en el fútbol en España y en toda Europa. (Por cierto, ¿por qué no o por qué no con tanta frecuencia en otros deportes?). Los vándalos, los que agreden, los que incitan, como sucedió en el Metropolitano, son amparados incluso por algunos de los jugadores, por el capitán que los manda. "No seáis malos, portaros bien, viajad con nosotros, lo celebramos con vosotros, os pagamos el viaje, gracias por vuestro apoyo". Nada bueno puede salir de la tolerancia con los violentos que, además, se escudan en la masa. La única solución es expulsarlos, impedir que vuelva a un campo. Y menos, en manada.
Sucede con los influencers, los youtubers y muchos de sus miles o cientos de miles de seguidores, gran parte de ellos personas "respetables", que acusan a los inmigrantes de todos los delitos o que dicen que los jóvenes tienen salarios bajos porque los pensionistas se lo llevan crudo. Mienten. Esos bulos son malos que habría que perseguir y no a los medios de comunicación. Estos odiadores profesionales prefieren al inmigrante ahogado y al pensionista muerto. ¿Qué educación han recibido todos estos energúmenos que mienten sin pudor y que rechazan los datos porque ya han construido su mensaje y nadie se lo va a chafar? ¿Qué valores sociales y éticos les hemos dado? El acoso en las redes engendra odio. La mentira repetida engendra odio. El odio sólo engendra odio.
El abuso del poder, la violencia de los Estados engendra también odio y destrucción. Quien piense que el genocidio de Israel en Palestina y en el Líbano terminará cuando Netanyahu haya acabado con todos los responsables de Hizbulá y de Hamás es un estúpido. Las heridas seguirán durante, al menos, tatas décadas como las que lleva ya este conflicto. Quien crea que Putin va a ganar la guerra de Ucrania, aunque se quede con medio territorio ajeno, se equivoca. El odio que ha sembrado a un lado y a otro de la frontera seguirá por generaciones.
Estamos rodeados de pirómanos. También en la política. Quien enciende la mecha es el responsable del incendio. Quien es responsable de que no sea posible el entendimiento y señala al contrario por no abrir un camino al diálogo y al acuerdo, es el que enciende el fuego. Entre nosotros, entre los políticos, especialmente los del Gobierno, hay pirómanos profesionales. En Cataluña, favoreciendo a los que quieren irse de España. En el País Vasco, negociando con los herederos de los asesinos y humillando a las víctimas. En la Justicia, saltándose la ley y tratando de que los jueces no cumplan con su deber. En el orden público, favoreciendo a los delincuentes y poniendo contra las cuerdas a los responsables del orden. En Canarias tenemos un incendio grave y nadie quiere ser el bombero que lo apague. Casi todos prefieren atizar el fuego y dejar que las víctimas, los inocentes, se quemen. Deberíamos negarnos a aceptar que la lógica absolutista de los odiadores y los pirómanos gane la partida. Todo lo que sea necesario para no ser rehenes del odio y del fuego.