MADRID 22 Nov. (OTR/PRESS) -
En las catástrofes y en las tragedias es cuando se descubre el valor y la capacidad de las personas. Gentes que nos parecen "del montón" nos descubren su capacidad de afrontar los problemas y mover a otros desde el principio. Otros que parecían líderes desaparecen del mapa y esconden en su incompetencia o su incapacidad. Mientras los que son responsables se ocultan, miles de personas se movilizan para ayudar, para consolar, para quitar el lodo, para buscar comida, para aportar lo necesario a los que lo han perdido todo. El problema crece cuando, pasados los primeros momentos de sorpresa, de caos, de desorden, de desorganización, los que están obligados a salvar vidas, a sacar adelante a los damnificados, a dirigir la recuperación y la reconstrucción, rechazan sus responsabilidades -y todos son responsables en primer grado-, mienten -todos lo hacen-, ocultan informaciones relevantes -todos las ocultan-, se insultan entre ellos -casi siempre con razón- y se acusan unos a otros de ser los responsables de la tragedia -y lo son todos-.
La tragedia de Valencia me ha recordado el cuento del elefante. A cuatro ciegos les pusieron delante de un elefante y a cada uno le hicieron tocar una parte del animal y, después, les preguntaron qué era un elefante. Lógicamente cada uno concebía y explicaba el animal sólo desde la parte que había tocado. En el caso de la tragedia de Valencia -el elefante- nunca se acometió, incluso parece que se frenó, el plan que estaba previsto y que hubiera salvado muchas vidas y una gran parte de la catástrofe material, no se activaron a tiempo las alertas y la acción de los servicios públicos de emergencias se demoró.
Algunos han demostrado que no sabían y otros que pensaron que podían sacar rédito político de la mala gestión de aquellos. NI siquiera cuando pasó pudieron, supieron o quisieron reaccionar. Sólo la generosidad desbordada de miles de ciudadanos, la mayoría jóvenes llegados de toda España, de los militares, de las fuerzas del orden, de la UME, y de los alcaldes y vecinos de los pueblos afectados, de su párrocos y sus iglesias, ayudó a paliar el drama. NI siquiera cuando se ha empezado a hablar de la reconstrucción han sido capaces los políticos de poner el foco en las víctimas y en la reconstrucción y evitar la polarización. Al contrario, la han fomentado enfrentándose entre ellos, incapaces todos de una mínima autocrítica.
¿Cómo creemos que los valencianos valoran a la clase política, sea del signo que sea? ¿Por qué no explica cada uno de los responsables, no sólo el presidente de la comunidad, dónde estaba cuando pasó la tragedia y que hizo para poner en marcha lo que era de su competencia? ¿Cuántos ministros han ido hasta ahora a Valencia -también los que son nacidos en Valencia- para ver la magnitud del drama, cara a cara con los que la han sufrido? Sólo lo han hecho los Reyes. ¿Por qué siguen sin llegar las ayudas a muchos que lo han perdido todo? ¿Cómo es posible que no hubiera un plan de emergencias y que la actuación fuera urgente, coordinada e inmediata como corresponde a un país como España? Pero sobre todo, ¿por qué, tres semanas después de la tragedia, todos piensan en cómo hacer daño al adversario político, cómo mantenerse en el poder o cómo desbancar al que lo está, en actuar como trileros que esconden la bola -la verdad de los hechos, la responsabilidad de cada uno- en lugar de estar pensando juntos en las víctimas y en la reconstrucción? ¿Cómo van a ser capaces de reconstruir un zona devastada los que han sido irresponsables en la prevención y son incapaces de avanzar codo con codo para paliar sus consecuencias? No hay modo de caminar junto a quienes están en el fango sin que nos salpique y nos manche. ¿En serio, no han aprendido nada de la lección ciudadana? Es hora de otra forma de hacer política.