MADRID 10 Dic. (OTR/PRESS) -
El ministro Wert ha logrado que todo el mundo hable de lo menos importante de su reforma educativa, que todos estén de acuerdo en su falta de tacto para ponerla en marcha, que haya, incluso, divisiones en su partido y que no hablemos de lo único trascendente: la necesidad de una profunda reforma educativa para curar a un enfermo casi desahuciado, la educación española en todos sus niveles. Treinta años sin acertar en el diagnóstico de lo que le pasaba a la educación y aplicando remedios equivocados, le deberían dar al Partido Popular una oportunidad para presentar su reforma y ponerla en práctica.
Durante la democracia, los distintos Gobiernos socialistas o populares han puesto en marcha reformas educativas, más de una docena, que han servido para universalizar la educación, pero no para que funcionara con una calidad y una eficacia razonables. El PSOE es el responsable de una escuela cada vez con menor nivel, de unos índices de fracaso estratosféricos y de haber quitado la autoridad al profesor. El modelo socialista ha sido un fracaso sin paliativos y deberían reconocerlo.
El PP intentó una reforma en tiempos de Pilar del Castillo, pero con tan escasa inteligencia que la planteó al final de la legislatura y la pérdida de las elecciones llevó esa reforma al limbo de las leyes inútiles.
Wert, al igual que Gallardón y su compañero de partido en la Comunidad de Madrid, Ignacio González, están poniendo en marcha reformas profundas en asuntos fundamentales -educación, justicia, sanidad- sin discutirlas previamente con los que saben y, sobre todo, con los que las tienen que aplicar. También lo hicieron los socialistas. Es la soberbia del poder y la incapacidad para someter las ideas propias al debate y a la madurez de otros argumentos. En algunos casos, además, se hurta ese debate intencionadamente, aprobando leyes por procedimientos de urgencia, absolutamente innecesarios cuando no contrarios a derecho.
Wert -al igual que Ignacio González, lo que contrasta con la posición de Gallardón- ha dicho que a partir del lunes está dispuesto a recibir a quien quiera acudir para hablar sobre la nueva ley. Debería haberlo hecho antes, debería haber sometido a debate su proyecto, debería habérselo explicado a los ciudadanos, a las asociaciones de padres, a los profesores... En lugar de llamar él, dice que le pidan hora. Mal planteamiento, aunque mejor que el de otros que ni llaman ni reciben. Las imposiciones no admiten alternativas y permiten que otros disfracen el debate. Mal camino político.
Necesitamos una reforma educativa profunda, firme, que garantice la igualdad de todos los alumnos en todos los territorios de España. Pero ni Cataluña es el problema ni lo es la enseñanza concertada ni la religión en las aulas. Con sus ocurrencias y salidas de tono, Wert ha conseguido que se hable de eso y no del terrible fracaso escolar ni de la calidad ni del papel del profesorado ni de la necesidad de exigencia. La clave está donde nadie la busca. Gracias, ministro por su agudeza.