MADRID 7 Nov. (OTR/PRESS) -
Hemos dicho y escrito que los jóvenes se han desinteresado de la política, que son pasotas, reacios al compromiso, que les falta pasión por los problemas sociales. La catástrofe de Valencia ha demostrado que no es así. No sólo ellos, pero en el barro, después de la tragedia, han sonado muy alto los corazones de miles de jóvenes que, sin que nadie les llamara, han cogido picos y palas, botellas de agua, alimentos de primera necesidad y se han ido al centro de la Dana, a los pueblos más castigados para echar una mano, para ayudar a las personas, para compartir el dolor, para ayudar en la limpieza de las calles, para acompañar, para escuchar...
Desorganizados, sin nadie que fuera capaz de colocarlos allí donde hacían falta, pero muchos de ellos se han quedado horas, días allí haciendo lo que podían. Muchos llegaron antes que las fuerzas de seguridad, que los camiones, que las bombas para achicar el agua. No eran sólo de la vecina ciudad de Valencia. Allí han ido jóvenes de todos los lugares de España en una riada buena, inmensa, de solidaridad con los afectados. Entre el barro, en medio del desconcierto y la protesta por la mala gestión por parte de los políticos de la comunidad y del Estado, se escuchaba el sonido de los corazones solidarios, entregados, comprometidos, doloridos de miles de jóvenes que han devuelto un poco de esperanza a tantos miles de personas que lo han perdido todo. Si se movían entre el desprecio y el desinterés por la política, en Valencia miles de jóvenes han hecho política de la buena, de la que importa, de la que ayuda a resolver los problemas reales de la gente No han sido sólo jóvenes.
Allí han estado también cocineros como José Andrés, Pepa Muñoz, Ricard Camarena, Quique Dacosta y otros muchos llevando miles de raciones de comida a donde podían, pero también otros muchos anónimos, como los de las empresas que atienden los comedores escolares y otros que han hecho comida y miles de bocadillos para los afectados, para los voluntarios y para todo el que lo necesitaba. Cientos de camioneros e industriales, cientos de ciudadanos de a pie han llevado allí sus camiones, sus todoterrenos, sus bombas de agua y en muchos casos, han llegado cuando todavía no habían llegado los recursos públicos.
Allí llega y ha llegado el dinero generoso de millones de españoles y de personas como Amancio Ortega -le seguirán criticando los izquierdistas de salón-, y los ofrecimientos de deportistas y de artistas. Allí estaban las ONG como Cáritas y otras muchas, las que nunca fallan. Y allí han estado cientos de periodistas contando y denunciando lo que pasaba, dando voz a las víctimas. Sólo con una buena información se pueden combatir los bulos y las mentiras. (Allí no estaban, por cierto, muchos de los que están siempre al frente de todas las protestas). La sociedad civil autoorganizada. Sin todos ellos, la tragedia hubiera sido mucho peor.
Al final la entrega de los militares, de los policías de los guardias civiles va a devolver poco a poco una cierta normalidad a todo ese territorio. ¡Qué grandes soldados si hubiera un buen gestor al frente! Los políticos de la Comunidad han fracasado y deberían asumir responsabilidades. El Gobierno ha fallado y el plan de rescate -que no es dinero suyo, sino de los impuestos que pagamos todos los ciudadanos- que busca, también, el compromiso de los partidos para aprobar los Presupuestos de 2025 no tapa sus vergüenzas ni los intentos de señalar a otros por la mala gestión y a grupos ultras como responsables de las protestas y de la violencia. Fue la indignación, el dolor y la rabia de muchos ante la cual sólo lo Reyes dieron ejemplo, mientras el presidente del Gobierno huía apresuradamente.
Esta sociedad civil autoorganizada no puede, no debe volver a sus casas dentro de unos días y dejar de nuevo todo en manos de los políticos. Hay que encauzarla para que sea capaz, con moderación y con firmeza, de elevar su voz, de no aceptar el reparto del poder entre unos pocos, de exigir que lleguen las ayudas pronto y que los damnificados, como sucede en La Palma o en Lorca no lleven años esperando que se cumplan los compromisos que hicieron los políticos tras las tragedias. No basta con votar cada cuatro años. Hay que exigir que se vayan los que no son capaces de gestionar una crisis o los que creen que pueden jugar al chantaje y pagar el silencio con el dinero de todos. La oleada de desconfianza e información errónea o de desinformación interesada polariza a los pueblos y paraliza a la sociedad. Los jóvenes tienen que ser la avanzadilla de una regeneración imprescindible.