MADRID 26 Ago. (OTR/PRESS) -
Casi todos los políticos que no son realmente demócratas --y son muchos más de los que nos merecemos-- piensan que si sólo hubiera un partido, el suyo, todo iría mejor. Para ellos, claro. Podrían controlar a los jueces, a las instituciones, a los medios de comunicación y a los periodistas, a las empresas, el dinero público y el privado, dictar lo que está bien y lo que está mal, modificar las costumbres... Eso sucede en lugares como Afganistán donde, con el silencio de todas las democracias, los talibanes ya han prohibido hasta que las mujeres puedan hablar en público, o en Venezuela, donde un personaje siniestro es capaz de falsificar unas elecciones, detener a los que no piensan como él o echar del país a millones de ciudadanos. Pero no es sólo allí. Ninguna democracia, la nuestra tampoco, es libre de que alguien use las reglas de juego en beneficio propio.
¿Podemos confiar en nuestros políticos? Debemos, pero, previamente ellos se tienen que ganar nuestra confianza. ¿Es legítima la mentira en la política? Que sea frecuente, incluso constante, no significa que se normalice y acabemos aceptándola. "Confianza, decía el periodista norteamericano Henry-Louis Mencken, es el sentimiento de poder creer a una persona incluso cuando sabemos que mentiríamos en su lugar". Hoy, aquí, en este país nuestro, usted, ciudadano que vota y elige a sus representantes, que les da casi un cheque en blanco para que hagan lo mejor para todos, para que administre nuestro dinero, para que garantice servicios públicos dignos, para que nos trate como iguales en derechos y deberes, ¿usted de quién se fía?
¿De Pedro Sánchez y Salvador Illa que aseguran que han pacificado Cataluña o de quienes piensan que ha ganado el procès y que los constitucionalistas que viven en Cataluña han sido absolutamente derrotados por un PSOE sometido a los independentistas?
¿De María Jesús Montero que niega que vaya a haber un concierto ad hoc, de José Borrell cuando afirma todo lo contrario o de ERC que dice que si el PSOE no cumple se rompe la baraja?
¿De Oscar Puente cuando dice que estamos en la mejor etapa de los trenes en España o de los viajeros de Cercanías o de los del AVE, varados por millares en las estaciones de Madrid o Barcelona?
¿De Ábalos, que era el Oscar Puente del anterior Gobierno dispuesto a morder e insultar al adversario, de Koldo, el comisionista a la orden, de los altos cargos de Transportes destituidos por corrupción?
¿De los jueces que hacen su trabajo cada día con independencia o de los veinte vocales del Poder Judicial incapaces de saltarse las órdenes de los partidos y de elegir, al menos, un presidente por consenso?
¿De Begoña Gómez, y de su marido, o del juez que, pese a todas las amenazas está tratando de hacer su trabajo?
¿De Grande Marlaska, incumpliendo la orden judicial de detener a Puigdemont, de los mossos, que no le detuvieron porque "no pensaban que se iba a escapar" o de Otegui cuando exige la puesta en libertad de etarras condenados por asesinos y otras medidas de gracia para el resto? ¿Quién cree que acabará ganando?
¿Le compraría usted un coche de segunda mano o lo que sea a Pedro Sánchez?
Estamos instalados en el fracaso del mérito, la obsesión por el poder al precio que sea y el triunfo de la mediocridad y de la mentira. ¿Podemos, debemos fiarnos de los políticos? William Faulkner decía irónicamente que sólo "se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás". La política necesita de buenas personas.