MADRID 11 Ene. (OTR/PRESS) -
El partido Vox, liderado por Santiago Abascal, ha pasado a velocidad de vértigo y en tan solo unos meses por los sucesivos estadios de la ignorancia absoluta, la consideración anecdótica y la caricatura, hasta llegar al protagonismo del que hoy disfruta, muy por encima de los votos recibidos en las urnas y del peso de su representación parlamentaria en una asamblea autonómica, por importante que sea esta autonomía.
Es lo que es. Lo único que sucede es que lo que es, es sustancial para que el candidato del PP pueda ser investido como presidente de la Junta de Andalucía, desbancando al único partido que la ha gobernado en cuatro décadas y proporcionando a su nuevo líder una primera victoria a pesar de la evidente derrota sufrida en las urnas. Y está dispuesto a rentabilizarlo. Por eso exhibe para la negociación de su apoyo un estrafalario programa de 19 medidas que le permite abrir informativos y periódicos.
El programa sería para temblar si tuviese la mínima posibilidad de gobernar, pero no es el caso. Así que, de momento, Vox no es el problema. El problema es de quien lo sienta en la mesa de negociación, de quien adecua sus mensajes para evitar que se sigan fugando votos por el flanco derecho, de quien está dispuesto a blanquear sus perfiles para que no parezca tan infame un posible acuerdo final. En política, tan grave es radicalizarse como ridiculizarse. Y el PP de Pablo Casado parece haber tomado ambos caminos. Y convendría que pusiera freno a la deriva, porque cada vez que pisa el acelerador puede estar haciendo más grande a quien de momento, y afortunadamente, no lo es.