MADRID 28 Oct. (OTR/PRESS) -
Desde las revoluciones francesa y americana, son contados los países del mundo desarrollado occidental que jamás tuvieron una interrupción democrática. En esos países no hay ni nueva ni vieja política: hay democracia y suele haber bipartidismo, a veces con bisagra, y pocas más historias. España prácticamente nunca estuvo entre esos países pero, una vez recuperada la democracia, conoció etapas de ciertas similitudes. Cuando la economía funcionó, siempre hubo estabilidad, y cuando vinieron mal dadas, se desató la tensión social y política.
La crisis financiera de 2008 --superada en todos los países ricos en pocos años-- aquí sigue dando coletazos diez años después, ya que si bien en España se recuperó el tamaño del PIB, no así la dimensión de la deuda ni los niveles de igualdad y bienestar. En esas condiciones, el problema político de España tiene un tronco con una doble raíz económica, con tres ramificaciones en ambos casos: paro, pobreza y desigualdad. ¿Por qué es doble esa raíz desestabilizadora? Porque en una gran parte de España, la reacción política se expresa recurriendo al populismo como potencial herramienta útil, y en otra --Cataluña--, echándose en manos del independentismo.
Una parte de los catalanes asocian España con la crisis o, si se prefiere, con sus reveses socioeconómicos de los últimos años. En Cataluña siempre hubo y habrá nacionalistas e independentistas pero no serán tantos cuando decaiga la idea de que fuera de España vivirán mejor. Del mismo modo, probablemente tampoco habrá tantos seguidores del populismo en el conjunto de España cuando el bienestar sea sostenible y mayoritario.
Todo esto de la nueva y la vieja política sucede cuando España se comporta como un país donde el crecimiento económico no se traduce en una mejora suficiente de las condiciones de vida, ya que tener un empleo no es siempre sinónimo de estabilidad.
¿Y cuál es el verdadero problema económico --y, por añadidura, político-- que condiciona la agenda del país? La falta de un modelo económico alternativo al del ladrillo. Si hubiese realmente un nuevo modelo económico, no habría razones para mantener la austeridad como única política posible, pero ¿existe ese modelo en España? A día de hoy, no. ¿Se habla de ello? Poco. Por eso no hay políticas a medio plazo, modernizadoras y transformadoras, al estilo de las puestas en práctica en España en los años 80 del pasado siglo. O si se quiere, incluso en la España franquista a raíz del plan de estabilización del 59, que trajo consigo un cierto desarrollo industrial y del turismo, que derivó en un progreso demográfico y del consumo interno. Todo se reduce al cortoplacismo y por esa vía no habrá resultados duraderos.
En los años 80 se hizo política --y política económica-- con mayúsculas porque se podía hacer --había margen dentro de Europa-- y también porque España se había dotado de un Gobierno con mayoría absoluta, capaz de tomar decisiones que, vistas con perspectiva, fueron históricas: la adhesión a la entonces llamada CEE y a la OTAN, la reconversión industrial y la universalización de la sanidad y la educación.
Si España quiere salir del atolladero en que se encuentra debe propiciar un Gobierno fuerte con las ideas claras. Y, salvo un error de la historia, un Gobierno homologable al de las grandes democracias jamás interrumpidas y económicamente desarrolladas. ¿Nueva o vieja política? Tal vez sea mejor democracia y desarrollo económico.