MADRID 18 Dic. (OTR/PRESS) -
Casi todos los partidos tienen alas, tendencias, distintas sensibilidades, unas veces políticas o ideológicas y otras meramente personales. El PSOE, por ejemplo, es conocido por sus diferencias entre guerristas y renovadores -también llamados felipistas-, a los que se sumaron en distintos momentos renovadores por la base, cristianos, sindicalistas y la corriente Izquierda Socialista. En el ámbito autonómico afloraron catalanistas en el PSC, galleguistas en el PSdeG, convergentes en Madrid, etcétera.
El felipismo, encorbatado, reconvertido en el grupo de los renovadores, fue más permeable al cambio en el PSOE, tanto en materia ideológica -más socialdemocracia y menos marxismo- como en el ámbito organizativo, con elecciones entre los militantes para designar a sus líderes pero a la vez con flexibilidad. Su gran referente: Felipe González, dios en el PSOE, ayer y hoy.
El guerrismo, descamisado, se caracterizaba por una organización férrea -"el que se mueva no sale en la foto", se decía entonces- y por un ideario con apelaciones más retóricas, históricas y sindicalistas. Su gran líder: Alfonso Guerra, el eterno número dos.
Guerristas y renovadores -o felipistas- compitieron sobre el modelo de partido pero también sobre su concepción política. A la larga ganaron los renovadores, de la mano o bajo la sombra de Felipe González. Solía asociarse el felipismo a la moderación y al guerrismo a la izquierda, pero no todos sus dirigentes encajaban en ese esquema: la prueba más evidente fue Francisco Vázquez, encuadrado en el guerrismo, que tras sus éxitos y reveses como alcalde de A Coruña terminó como embajador en el Vaticano.
A su manera, la historia del PSOE se repite en Podemos, de manera inversamente proporcional pero razonable, tratándose de una fuerza más izquierdista que el PSOE: Pablo Iglesias, su principal referente, representa la izquierda, e Íñigo Errejón, la moderación. En ambos casos, con tensiones -algunas de alto voltaje- pero a la vez con mucha pose, ya que ese reparto de papeles permite ensanchar los partidos, cubriendo espectros ideológicos más amplios.
En Podemos hay mucho debate interno sobre cómo deben organizarse y repartir el poder -lo mismo pasó en su día en el PSOE-, si bien tal vez es menor el debate genuinamente de ideas. Lo que es indiscutible es que Pablo Iglesias jamás asumió un proyecto que él no defienda. Y siempre ganó cuando amenazó con retirarse a un segundo plano si no vencían sus propuestas. Nada muy distinto de lo que hizo en su día Felipe González, con problemas más graves de los que ahora encara Iglesias frente a Errejón. González se cargó el marxismo y entró en la OTAN, y ahí sigue.