MADRID 18 Ago. (OTR/PRESS) -
Sí, ya sé que debería de estar escribiendo sobre lo que está pasando en nuestro país hoy, ahora, del pacto del PSOE con Carles Puigdemont, que ha llevado a convertir a Francina Armengol presidenta del Congreso. Pero dejo todo el lío nacional de lado porque no puedo resistirme a recordar que acaba de cumplirse el segundo aniversario de la gran traición de Occidente a Afganistán. Recordarán la salida vergonzosa de las tropas norteamericanas y de sus aliados dejando el terreno libre a los talibanes.
Así es la política exterior de Estados Unidos y de sus aliados: envolver intereses económicos y geoestratégicos en grandes palabras para tranquilizar a la opinión pública.
Hace años Estados Unidos invadió Iraq en busca de unas inexistentes armas de destrucción masiva que bien sabían que no existían. Acabaron con Sadam Hussein, pero destrozaron el país sembrando de resentimiento hacia Occidente. Y algo así sucedió con Afganistán, dijeron que iban a ayudar a que el país iniciara la senda de la democracia. Muchos afganos se lo creyeron, vieron una oportunidad para sacudirse el oscurantismo y la dictadura de los talibanes. Sobre todo las mujeres que tímidamente empezaron a salir a la calle sin el burka, a acceder a trabajos fuera de casa... y las niñas, si las niñas y adolescentes comenzaron a ir a la escuela y las puertas de la Universidad se abrieron para las jóvenes.
Algo empezó a cambiar pero un día en Washington decidieron que la aventura afgana ya no les daba para más y así decidieron marcharse. Esa traición le ha costado la vida y la esperanza a millones de afganos, muchos de los que lograron huir están hoy en España intentando construirse un futuro. Como Khadija Amin, que pudo escapar subiéndose a uno de los aviones del Ejército español que en esos días ayudaban a la evacuación de refugiados.
Khadija trabajaba como periodista en la televisión de Kabul y la llegada de los talibanes sabía que significaba volver a la cárcel del burka.
Llegó como refugiada y durante unos meses recibió clases de español y las ayudas que reciben todos los refugiados hasta que esas ayudas se acabaron y entonces... y entonces comenzó a ganarse la vida fregando plato en restaurantes, trabajando diez,doce, catorce horas al día. Nunca la he escuchado quejarse, solo de vez en cuando se le nubla la mirada recordando a su familia.
En este segundo aniversario muchos de los afganos refugiados reclaman que se les ayude a encontrar un trabajo con el que poder vivir y mantener a sus familias. Khadija ya ha encontrado otro trabajo gracias a que un día en la presentación de un libro, un alto ejecutivo de Movistar, impresionado al escuchar su historia, decidió ayudarla. Hoy Khadija Amin trabaja en una de las cadenas de Movistar, vuelve a ejercer como periodista, se afana en perfeccionar sus conocimientos de español, recibe un sueldo digno y ahorra hasta el último euro porque sueña en recuperar a su familia. Su historia no sé si terminará teniendo un final feliz, pero por lo menos el "intermedio" está repleto de esperanza.
Ojalá dos años después quienes como Khadija huyeron escapando de la cárcel en que los talibanes han convertido Afganistán, encuentren entre nosotros la manera de vivir dignamente. Claro que este asunto no está en la conversación pública. Nos emocionamos cuando sucede una catástrofe y la olvidamos con la misma facilidad con que cambiamos de canal con el mando de la tele.
Han pasado dos años, dos largos años para los que se subieron en esos aviones que les ayudaban a dejar la cárcel en que se ha convertido Afganistán bajo la batuta de los talibanes, pero el camino emprendido aún no ha terminado.