MADRID 22 Oct. (OTR/PRESS) -
Buen número de comentaristas de la actualidad, entre los que me incluyo, criticamos la endogamia parroquial y pueblerina de los nacionalismos, y esa mirada casi siempre fija en los coros y danzas nacionalistas, como si el frontón de pelota, o la sardana, fueran la más altas cotas del deporte y el folclore.
Debo confesar mi error, tras enterarme de la lucha mundial que ha emprendido el Parlament de Cataluña para liberar a otros pueblos del racismo. El Parlament de Cataluña, tras enterarse de que en el bar del Parlament se vendía un producto de cacahuete recubierto de chocolate, denominado conguitos, y que, en el exterior del paquete, hay una caricatura de un negrito de labios abultados, ha decidido prohibir ese producto en el bar, y hay que tener en cuenta que el bar, en el Parlament de Cataluña, es el lugar al que visitan asiduamente los señores diputados y funcionarios de la casa.
Todavía no hay noticias de la reacción en la República Democrática del Congo, pero supongo que, en cuanto se enteren, gran parte de los casi 6 millones de habitantes, se lanzarán a la calle, o a la plaza del poblado en las zonas rurales, dando vivas al separatismo catalán, en kikongo, francés o lingala, que son las lenguas más habladas, según zonas. Estoy convencido que, en el nuevo plan de extensión de embajadas, bendecido por Salvador Illa, la embajada de la Generalitat, en Kinshasa, no tardará mucho tiempo en abrirse. Ya sólo falta que, en el bar-cafetería de la Generalitat, se prohíba también la denominación de café negro para nombrar al café negro, y pase a denominarse "café de color", y así evitar ofensas racistas.
Les Luthiers, sin ninguna sensibilidad, decían que el maestro Santopiero había compuesto una canción para un cantante de color y, enseguida, otro miembro del grupo, aclaraba: "de color negro". Naturalmente, es urgente que se prohíba en esa cafetería el flan chino el mandarín, porque en el exterior del estuche han tenido la racista idea de reproducir la imagen de un chino, vestido de chino. Y, a continuación, Salvador Illa, con esa exquisita sensibilidad para los problemas de los catalanes, se encargará de abrir una embajada en Tokio.
¡Por fin, Cataluña normalizada!