MADRID 10 Dic. (OTR/PRESS) -
Se sabe que Miguel Blesa pudiera pertenecer al género de los que se enriquecen absolutamente a costa de la ruina absoluta de los demás, cual se desprendería de su paso por Caja Madrid y de la estela de dramáticos pufos que dejó tras él, no siendo el menor, por cierto, el de la monumental estafa de las Preferentes con la que se pretendió tapar los agujeros de su nefasta gestión al frente de la entidad.
Se sabe, porque lo recuerdan cada día las víctimas de esa demencial expropiación del dinero del pueblo y los jueces que le socorren con sus sentencias, que buena parte de lo que se escamoteaba a los ahorradores, clientes de toda la vida ayunos de conocimientos financieros, se desviaba a sus bolsillos en forma de bestiales remuneraciones, y a los de los compinches de toda clase de partidos y sindicatos que formaban parte de sus consejos de administración. Pero hasta que no se han visto sus obscenas fotos de cacerías no se ha sabido qué hombre, qué persona, había dentro de su terno azul. Ya se han visto, y ya se sabe.
Se sabe que Miguel Blesa empezó su carrera, como si dijéramos, compartiendo pupitre en el colegio con Aznar, y que a medida que la amistad con éste fue fraguándose y consolidándose se fue fraguando y consolidando también su opulenta estrella. Se sabe que la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid se convirtió, en sus manos, en un banco alejado de su propósito fundacional, el fomento y la custodia del ahorro de las clases populares, pero sin la profesionalidad ni las garantías de un banco de verdad.
Se saben, por mucho que al juez José Elpidio Silva que reunía toda la información sobre el asunto se le haya apartado de tan transcendentes pesquisas, muchas cosas, cada vez más cosas, pero no se sabía, aunque nadie se haya podido extrañar al saberlo, que ese hombre disfrutara extinguiendo la vida y la belleza de las soberbias criaturas que acribillaba con su escopeta de última generación y de penetrante e infalible mira telescópica.
Por esas fotos se sabe, se confirma, que Blesa tiene alma de cazador, si es que un concepto y otro, alma y cazador, pueden compaginarse. Cazó a tiros, a distancia, a resguardo, cobardemente, osos, leones, pumas, búfalos, antílopes, pero no es lo único que cazaba. Pues el instinto o el gusto depredador no conoce el más ni el menos, simultáneamente también cazaba, bien que en compañía de otros y con la inestimable complicidad del propio Estado, el fruto del trabajo decente, agotador, honrado, útil a la nación, de centenares de miles de españoles. Los que hoy, como las piezas abatidas por escopeteros felices y sonrientes, buscan aún en la Justicia lo que se les robó.