Publicado 26/09/2024 08:01

Rafael Torres.- Imposible hablar bien de él

MADRID 26 Sep. (OTR/PRESS) -

Se dice que no hay nada como morirse para que se hable bien de uno. Pues bien; Julian Muñoz no ha logrado ni eso, a juzgar por los obituarios que le han dedicado los medios, muchos de los cuales, por cierto, contribuyeron a crear el personaje del que ahora, en la fecha de su muerte, es imposible decir o recordar algo bueno. Julián Muñoz, que en paz descanse, fue en vida, en efecto, un perfecto indeseable, un golfo, un macarra y un ladrón, pero es imposible abordar su biografía sin que sobre su imágen calamitosa se superponga la de su maestro y mentor, el infausto Jesús Gil y Gil, la de la sociedad gárrula que entregó a maestro y discípulo, sucesivamente, la llave de la caja comunal y, una vez más, la de los medios que les blanqueron en sus páginas y en sus programas mientras la banda que dirigían robaba enloquecidamente.

Siendo asombroso que tipos de la catadura ética y estética de Gil y Muñoz actuaran en política saqueando todo lo habido y por haber (el "por haber" es el descomunal agujero perpetuo que dejaron en Marbella) de manera tan descarada, a la vista de todos, más lo es que alcanzaran hasta tres mayorías absolutas en las elecciones municipales. Sus víctimas les votaban en masa. Pero el asombro torna en asco si se repara en las circunstancias que posibilitaron el éxito de los hampones.

Cuenta el valiente juez Santiago Torres, el que logró encarcelar a Gil, lo que se encontró en Marbella, y su relato pone los pelos de punta. En el Juzgado se recibía a Muñoz con reverencias, lo cual explicaría que los cincuenta y tres delitos por corrupción que coleccionó en el poco más de un año en que delinquió a lo bestia como alcalde, se saldaran, al ser juzgados, con un total de año y medio de cárcel. Santiago Torres, que no miró para otro lado al investigar e instruir los delitos de corrupción en Marbella, recibió amenazas de muerte, él y su familia, y sufrió tres infartos y seis anginas de pecho.

Para que hablen bien de uno, tiene uno que morirse, pero Julián Muñoz, ni eso. Su legado, el apestoso rastro que dejó, sigue vivo en la ciudad que él, los de su cuerda y los que tanto les votaron destruyeron.