MADRID 5 Sep. (OTR/PRESS) -
Teniendo en cuenta que ningún ser humano es "ilegal", atribuir semejante condición al inmigrante sin papeles es el pórtico de su criminalización. Las palabras crean lo que nombran, construyen la realidad, de suerte que si para afrontar la llegada masiva de fugitivos del hambre a través del mar y sorteando fronteras, que por razones obvias no cumplen los trámites administrativos pertinentes, hablamos de "ilegales", no sólo estamos abonando el discurso neonazi que los relaciona con el delito, sino que nos alejamos de una solución al problema que no nos suma en la indignidad.
La historia de la Humanidad es la historia de las migraciones, y se puede desconocer la historia, pero no borrarla. Las personas buscan la supervivencia allí donde creen poder hallarla, y nada puede detenerlas en su búsqueda, ni siquiera el riesgo de perder la vida, que la desesperación estima menor que la seguridad de seguir perdiéndola en los lugares de los que se huye. Así pues, pretender "ordenar" o regular la llegada desde el orígen, cuando el orígen es a menudo un emporio de corrupción, de miseria y de inseguridad jurídica, es vano, pero "deportar en masa" a los que llegaron, llegan y llegarán irregularmente, como proponen Santiago Abascal y Miguel Tellado, no sólo es vano también, e imposible, sino infame e inhumano.
Es cierto, no obstante, que aquí, en España o en Europa, no cabríamos todos, y que, completado el aforo, los países invocan su derecho de admisión, pero también lo es que ese intento de poner puertas al campo puede ensayarse de dos maneras, o con talento político y exquisito respeto a los Derechos Humanos, o con desprecio de éstos, idiocia política y malaje moral. El derecho a una vida digna es innegociable, y ese es el derecho que, por desgracia, parece que tenemos que regatear a los inmigrantes irregulares. No lo agravemos actuando con vileza.