Publicado 08/10/2024 08:01

Rafael Torres.- El regatista y la domadora

MADRID, 8 Oct. (OTR/PRESS) -

Juan Carlos de Borbón revelaba a una vedette, según se desprende de las grabaciones que vamos conociendo, "secretos de Estado", y aunque ésta demostraba grandes aptitudes para el género periodístico de la entrevista, y le tiraba de la lengua como quien no quiere la cosa, el entrevistado apenas esbozaba algo parecido a una entradilla: Sabino, Sofía, Armada, el 23-F, el run-run de intelectuales conspirando para traer la República... Lamentablemente, a la vedette de la grabadora le faltaba experiencia periodística, o le sobraba picardía para que el entrevistado no se oliera la tostada si insistía demasiado, y se le escapaba vivo. Más lamentable aún, sin embargo, es que ni entonces, ni ahora, se tire seriamente del hilo de aquellas revelaciones, insinuaciones más bien, que podrían conducir al ovillo de la verdad que a la sociedad española se le ha venido ocultando.

Es desolador reconocerlo, pero es la llamada prensa rosa, o del corazón, o del cotilleo, y en sus diversas modalidades de cuché, radio y televisión, la que se ha venido ocupando del asunto, centrándolo, como le es propio, en la relación amorosa, venal, lúbrica, cornamental entre el rey y la corista, y en sus anexos de familias desestructuradas, de niños fotógrafos y de arroz con cosas. Lógicamente, de la satisfacción del hoy octogenario regatista por el silencio del general Alfonso Armada, su antiguo mentor y uno de los principales protagonistas del fallido golpe de Estado del 23-F, ni mu.

Según parece, otro silencio, el de la antaño domadora de elefantes, nos costó a los españoles unos cientos de millones de pesetas, extraídos alegremente de los Fondos Reservados, y que podían haber sido más si Zapatero no hubiera ordenado detener la sangría que sus antecesores en el cargo, González y Aznar, vieron correr con ánimo imperturbable. Un dineral para que la ciudadana concernida no contara que tenía un lío con el Borbón, ya ves tú qué novedad, un dineral que se retrajo, reservadamente eso sí, de las pensiones, de la sanidad y la educación públicas, del mantenimiento de las carreteras y las vías férreas o de la necesaria inversión en Justicia, pues, como se sabe, los recursos de un país son limitados, y lo que sale de ellos deja un vacío. Mucho dinero, en fin, y muy poca vergüenza.