Publicado 02/11/2021 08:01

Rafael Torres.- La sombra de Anita Ekberg

MADRID 2 Nov. (OTR/PRESS) -

Era de día, y los mandatarios mundiales participantes en la Cumbre del G-20 no percibieron a sus espaldas, cuando se disponían a arrojar sus monedas a la pileta de la Fontana di Trevi como hacen los turistas, la presencia vagamente inmortal, fantasmal en todo caso, de Anita Ekberg. Cuando la ebúrnea actriz sueca se bañó en la fuente con Marcello Mastroianni, era de noche, y cada noche, desde que Federico Fellini rodó aquella escena, el espectro iluminado de Anita se aparece.

Es una pena que los líderes mundiales no se percataran, mediante la evocación del baño de Anita, de la parábola que contiene, que no es otra que la de la propia vida de aquella mujer despampanante que comenzó para el gran público con "La dolce vita", y acabó, cuando el gran público la había olvidado, en la indigencia. Los actores del G-20 que han hecho turismo por Roma so capa de andar muy concernidos y preocupados por el cambio climático, habrían recibido de la sombra de la actriz el recordatorio insoslayable de lo poco que media entre el esplendor y la ruina.

Anita Ekberg, como se sabe, se quedó a vivir en Roma tras el rodaje de "La dolce vita", y lo hizo, como cualquiera con posibles, con muchos posibles, en un "palazzo". Dulce fue su vida, ciertamente, hasta que dejó de serlo, pero es que dejó de serlo de una manera tan cruda, tan brutal, como, de seguir así su deterioro, será la del planeta: anciana ya, se rompió un día la cadera, y durante su convalecencia de tres meses en un hospital romano, saquearon su villa y robaron sus joyas, sus vestidos, sus muebles y cuanto logró reunir en su efímera vida de efímero éxito.

Arrojando sus monedas a la Fontana di Trevi, los Macron, Biden, Erdogan, Sánchez y compañía se aseguraban, según determina la leyenda turística, regresar algún día a Roma. Puede, en efecto, que vuelvan, seguramente cada uno por su lado, pero cuando regresen, el mundo se habrá roto otra cadera, y aunque tiene más que las personas, no tiene un número ilimitado de caderas. El costo de la reunión del G-20 de éste fin de semana, esa nutrida gira por Roma a tutiplén, de poco habrá servido, y todo por no prestar atención, aquellos que tienen el deber de prestarla, a la parábola de Anita Ekberg.

De la "dolce vita" a la indigencia, del esplendor a la ruina, tal es el rumbo inexorable que traza el maltrato a la Tierra.