Publicado 05/11/2024 08:02

Rafael Torres.- Valencia: anatomia del caos

MADRID 5 Nov. (OTR/PRESS) -

Tan incomprensible es que el presidente de la Generalitat Valenciana lo siga siendo, como que el Gobierno de la nación no tomara las riendas de la respuesta al desastre inmediatamente, a la vista de la radical incompetencia del gobierno regional que, sobre no prevenir en tiempo y forma a la ciudadanía de la catástrofe que se cernía sobre ella, la desamparó absolutamente cuando sus terribles efectos eran ya irreversibles. Es cierto que la magnitud de la calamidad sobrepasó lo hasta entonces conocido, pero también lo es que la inepcia de Carlos Mazón y de sus consejeros, entre los que se hallaba una, la de Turismo, que aún se permitió maltratar de palabra a las víctimas, desbordó cuanto de acción nefasta de una Administración, de inacción más bien, se había conocido hasta la fecha.

De quien no supo prever el desastre, (que cuando la riada anunciaba su avance imparable arrasándolo todo se permitió afirmar en el día de autos que la DANA se iba para Cuenca y que a las seis de la tarde habría pasado el peligro), ni prevenir de él a los valencianos que a las ocho se ahogaban por cientos, podía esperarse que obrara con acierto y prontitud para afrontar los pavorosos efectos de semejante negligencia. El Gobierno de Pedro Sánchez, que tampoco podía, en puridad, esperarlo, debió entonces forzar el nivel 3 o decretar el Estado de Emergencia para, liberadas las zonas afectadas del estorbo de una Administración regional inane, volcar todos los recursos del Estado en el afán de salvar vidas humanas, infraestructuras, animales y bienes. Un equivocado propósito de contemporizar, de sujetarse a las funciones transferidas a la Generalitat, o de vaya usted a saber qué, dejó abandonados a miles de españoles a su suerte después de que lo fueran por el ejecutivo autonómico.

Por lo demás, el sonsonete, repetido en todas partes hasta la saciedad, de que no era el momento de exigir responsabilidades, permitió a los irresponsables seguir siéndolo, esto es, seguir sin hacer nada o haciéndolo tarde y mal. ¿Cómo que no era el momento? El dolor por tanta devastación y tanta mortandad no sólo era compatible con el señalamiento de los responsables, sino indivisible de él. Y a propósito del momento: ¿Tampoco lo era, como se dice, de que el más alto representante del Estado se personara el domingo en la realidad, a fin de llevar a ella, en la modestia de sus atribuciones, un poco de empatía y de calor a las víctimas? De lo que no era el momento fue de aguantar la enésima acometida violenta de los neonazis habituales, a palos, pellas, vejaciones y pedradas contra el jefe del Estado y su esposa, el presidente del Gobierno de España y los pocos escoltas que por allí había..

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