MADRID 15 Oct. (OTR/PRESS) -
Y aún dicen que el cobre es caro... Parafraseando a Sorolla, y su cuadro "aún dicen que el pescado es caro", el rescate de los 33 mineros chilenos nos ha dejado muchas lecciones. La primera, para mí primordial, que nunca hay que rendirse. La segunda, que el esfuerzo aunado de los hombres y las posibilidades de las nuevas tecnologías, empiezan a tener pocos límites. Chile nos dado en eso una buena lección. Tercera, que no última, que ahora llega la parte delicada del asunto tanto para los mineros liberados como para sus familias dando por descontado que el Gobierno chileno y los de todos los países con cuencas mineras -incluido el nuestro- tomarán buena nota y obligarán a las empresas a tomar las medidas de seguridad necesarias para que esto no vuelva a ocurrir.
Cuando afirmo que llega la parte delicada del asunto me refiero al aspecto mediático. El mejor guionista del mundo nunca hubiera podido imaginar un culebrón como el que acabamos de vivir durante cincuenta días, dado que la noticia de portada surgió no cuando los mineros se quedaron aislados sino cuando dieron la primera señal de vida con aquel papel que lograron enviar los encerrados. Durante todo este tiempo se ha mantenido la antorcha del interés y la información porque a medida que se acercaba la hora del rescate, en vivo y en directo, el mundo se volcaba en un punto aislado del desierto de Atacama.
El miércoles, repasando los canales de televisión y comprobando cómo la CNN internacional lo daba en riguroso directo lo mismo que la BBC y que Al Jazzeera que alternaba la visita del presidente iraní a Beirut con las imágenes y las crónicas de su enviada especial al pozo maldito, imaginaba que lo mismo estarían haciendo decenas de cadenas de televisión de todo el mundo. En ese momento me pareció que la información, la noticia en sí se había convertido en espectáculo. Hay que dejar constancia de la buena organización de toda la operación y de que el presidente chileno, Sebastián Pinera, y los ministros que le rodeaban estuvieron en su punto. Pero enseguida empezaron a aparecer los puntos débiles. ¿Cuánto vale una foto del minero y su bebé que nació durante su estancia en el averno? Y la entrevista con el "médico" del que se descubrió que tenía dos familias? ¿Cuánto vale para una televisión el tener en el plató a estos esforzados mineros?
Puedo decir que en mis muchos años ya de profesión, nunca he pagado por una información, por una entrevista. Participo sí en algunos programas de televisión que en ocasiones pagan a los entrevistados. Pero esto es lógico: la mercancía que compran las televisiones o las revistas en su caso, les benefician clarísimamente y los protagonistas también tienen derecho a lucrarse.
Las familias de esos felices ahora mineros chilenos han aprendido rápido. El dolor que han tenido que soportar durante 69 días tiene precio. ¿Nos podemos rasgar las vestiduras por ello? Gentes que malviven en una de las zonas más pobres del país con sus maridos, novios o padres dejándose la vida a 700 metros de profundidad con una empresa cicatera que por no gastarse 12.000 euros permitió el hundimiento, tienen todo el derecho del mundo a sacarle rédito económico a su miseria, a su dolor.
Ha sido un reality show es cierto, pero el mundo es así. Nos compadecemos de los que sufren y nos alegramos enormemente del éxito de la operación rescate, pero no critiquemos fácilmente a quienes a cambio de este espectáculo quieran unos míseros euros.