MADRID, 25 Feb. (Psicólogo Carlos Salas) -
Decir no es un arte. Existen auténticos genios que nos pueden negar veinte céntimos aunque los tengan en la mano sin hacer que nos enfademos con ellos.
Es un arte porque:
- es necesario saber ajustar nuestra negativa a la persona que tenemos delante (como un actor de cine)
- exige un gran valor para las personas a las que les cuesta (como un músico al salir a escena)
- precisa que prestemos atención tanto a los detalles del entorno como a nuestros pensamientos (como un pintor o un escritor).
Así como un pintor, un literato, un músico o un cineasta dedican años al perfeccionamiento de la técnica de su arte, nosotros también podemos entrenarnos en saber cómo y cuándo decir que no.
Saber decir que no puede sacarnos de muchas situaciones problemáticas.
-"No gracias, ya he bebido bastante"
-"Prefiero que no, mi horario es hasta las ocho"
-"No, porque la última vez no me lo devolviste"
-"No, no quiero cambiarme de compañía telefónica, gracias".
Sin embargo en ocasiones nos resulta muy difícil negarnos a peticiones a las que no queremos acceder. El principal problema de no decir no es es que tendremos que hacer (o dejar de hacer) algo que no queremos. A corto plazo, esta es la única molestia y además sentiremos alivio por no tener que discrepar.
El problema es que a medio o largo plazo nos iremos percibiendo cada vez menos hábiles en los conflictos, por lo tanto sentiremos más miedo o ansiedad a la hora de discutir y es posible que nuestro estado de ánimo también decaiga.
Aunque a veces sea más fácil decir que sí a lo que nos piden, a la larga esto genera que nos sintamos mal con nosotros mismos por no defender nuestra postura y nos hace realizar tareas que no deseamos hacer.
DECIR QUE NO AL JEFE
A Pedro le pide su jefe que se quede diez minutos más de su jornada laboral a barrer la oficina donde trabaja de fotógrafo. Pedro podría explicarle:
"No, Juan, lo siento. Entiendo que la oficina se quede sucia cuando todo el mundo se va y quieras que esté todo recogido cuando llegues por la mañana, pero yo salgo a las siete y trabajo de fotógrafo. Además, cuando salgo de aquí voy al supermercado y me gusta salir a mi hora".
Si Pedro no fuese capaz de defender su derecho a salir a su hora, a la larga terminaría por sentirse decaído o "quemado" en el trabajo.
¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO DECIR NO?
Decir que no implica siempre la posibilidad de que la otra persona se desilusione o se entristezca. En cambio si accedemos, lo más seguro es que recibamos cumplidos, y agradecimientos de nuestro interlocutor. Además, negarle a alguien lo que nos pide puede suponer que la otra persona se enfade.
A Pedro su novia le pide por favor que no vayan a ver su tía, que está en el hospital, porque se encuentra muy cansada. Mª Juana podría decirle a Pedro: "Lo siento Pedro, pero estoy muy cansada. Sé que habíamos quedado en ir a ver a tu tía hoy y entiendo que querías que fuéramos a verla juntos, pero estoy muy cansada y prefiero quedarme en casa".
Si Pedro insistiera, Mª Juana podría seguir: "No, lo siento. Sé que habíamos quedado en ir juntos, pero de verdad que estoy muy cansada".
El haber tenido alguna mala experiencia discutiendo, percibirse a uno mismo como negligente en las confrontaciones o simplemente que te desagrade el conflicto, puede llevarte a sentir un intenso malestar ante la idea de discutir.
Ante este temor, malestar o ansiedad, lo esperable es tender a evitar lo que creemos que pasará, es decir, accederemos a la petición de la otra persona por miedo a su reacción.
Por ejemplo, si cuando le dije a una amiga que no quería acompañarle al dentista ella se enfadó conmigo y estuvo toda la tarde sin hablarme, lo esperable es que si ella vuelve a pedirme algo similar yo tema que ella se comporte igual.
Este miedo facilita que nos equivoquemos a la hora de prever qué pasará si nos negamos y puede ocasionar:
1.- Que sobreestimemos la posibilidad de que el otro se enfade con nosotros. Creemos (erróneamente) que si nos negamos a lo que nos piden se enfadarán o se disgustarán con nosotros casi con toda seguridad. En realidad una gran parte de la gente con la que tratamos habitualmente suele aceptar un no como respuesta.
2.- Que magnifiquemos el enfado o el disgusto del otro: que creamos que la discusión será terrible, que sentiremos mucho malestar y que la relación con la otra persona quedará muy afectada.
Esto tiene su parte de realidad, ya que sí podremos sentir cierto malestar debido a nuestro propio miedo, pero la posible discusión (que recordemos que no tiene por qué ocurrir) no será tan terrible.
En la mayoría de los conflictos no suele haber un enfado o un disgusto muy grande (no tenemos por qué enfadarnos al discutir) y si existe ese desencanto o enfado nos puede durar un rato (tanto a nosotros como a la otra persona), pero no dura para siempre.
Si tenemos este temor y además estos pensamientos (pequeños pero problemáticos) nos será muy difícil negarnos a lo que nos pide la otra persona, porque "sabemos" que se disgustará o enfadará con nosotros y que además "será" terrible.
Aunque en ocasiones pensemos cosas como "bueno, si en realidad tampoco me molesta mucho", "seguro que ella lo necesita más", es bueno estar alerta para comprobar que estos pensamientos no son pequeños escapes del malestar. Cuantas más veces "escapemos" de esta situación accediendo para evitar el conflicto, más torpes nos percibiremos, porque no llegamos a comprobar de qué somos capaces.
¿POR QUÉ DECIR NO?
En el continuo de decir no existe el extremo de la agresividad y las malas maneras, y en el otro extremo, la sumisión. En el centro del continuo estaría la mejor manera de hacer la negativa. La manera en la que respetamos que la otra persona nos pida algo y respetamos nuestro derecho a decir que no.
El derecho a pedir algo es tan fundamental como el derecho a negarse. Ante una situación así conviene tener presentes las dos partes.
Si yo me enfado porque creo que la otra persona tiene "mucho morro" por pedirme algo, probablemente no responda de la mejor manera y experimente un gran sentimiento de injusticia.
Si por otro lado, creo que debo acceder a la petición de la otra persona y que negarme sería de mal gusto mi autoestima se verá afectada ya que estaré dando más importancia a lo que quiere el otro que a lo que quiero yo.
Ricardo le pide el coche a Bruno, pero Bruno lo necesita para ir a trabajar. Tanto a Ricardo como a Bruno les conviene respetar el derecho de Ricardo de pedirle el coche para salir de fiesta, como el derecho de Bruno a negárselo.
Antes de decir que no tenemos que pensar en la persona a la que se lo estamos diciendo. No a todas las personas se les puede decir que no. Ante un jefe impositivo y amenazador o una persona que nos puede agredir físicamente, no nos quedará más remedio que aceptar lo que nos exigen (darle nuestra cartera a un ladrón, por ejemplo), pero siendo plenamente conscientes de que lo hacemos porque no tenemos más remedio.
¿CÓMO DECIR QUE NO?
No existe la fórmula mágica para que la otra persona no se enfade y nos acepte la negativa sin problema alguno. En cambio, sí que podemos buscar maneras para disminuir la probabilidad de que la otra persona se enfade y para sentirnos bien con nosotros mismos.
1.- El primer paso y más importante es negarse: "No, lo siento".
2.- El segundo paso es comprender las razones por las que la otra persona nos está pidiendo algo. Es importante decirle explícitamente las razones que creemos que tiene para pedirnos lo que nos esté pidiendo. De esta forma damos a entender que comprendemos las motivaciones de nuestro interlocutor, que no decimos que no sin tener en cuenta las consecuencias.
"Entiendo que quieras salir de fiesta y que el coche te vendría muy bien para desplazarte".
3.- El tercer paso es explicar a la otra persona nuestros motivos, siempre hasta el punto que consideremos que la otra persona puede entender.
Es decir, si decimos que no porque no nos apetece (una negativa absolutamente legítima) trataremos de incidir en las causas que nos llevan a que no nos apetezca. De este modo la otra persona comprenderá mejor nuestras razones para decir que no y será más fácil que se zanje en ese momento la cuestión.
“Pero yo necesito el coche para ir a trabajar”
En este punto pueden suceder dos cosas: que se acepte la negativa o que la otra persona insista y siga pidiéndonos algo a lo que no queremos acceder.
Si nos vemos en la tesitura de tener que seguir diciendo que no, es clave no movernos de nuestra negativa. Para ello podemos utilizar la técnica del disco rayado, que consiste en algo tan sencillo y tan difícil a la vez de realizar como es repetir nuestro discurso exactamente igual cada vez que nos insistan. Cuantas más veces nos insistan nuestro discurso será cada vez más corto hasta llegar al simple no o hasta un movimiento negativo de cabeza.
“No, lo siento, ya te he dicho que yo también quiero el coche para ir a trabajar No, lo siento...No”
Es muy importante no incluir ninguna explicación nueva a nuestro argumento a medida que nos insisten más. Nuestro interlocutor puede usar la nueva información en nuestra contra e insistirnos por varios frentes. Tenemos todo el derecho a negarnos, si la otra persona no respeta no respeta este derecho, no tenemos por qué justificarnos eternamente.
Si en un momento dado Bruno añade: “además, la última vez que se lo dejé a alguien me lo devolvió muy tarde”, Ricardo podría decirle: “yo te lo devuelvo en seguida” y Bruno tendría que entrar a explicar más y más argumentos.
Tanto si nos aceptan la negativa cuando decimos que no la primera vez, como si nos la aceptan a la tercera o nos insisten hasta la extenuación, mantenernos en nuestra decisión nos ayudará a sentirnos fieles a nosotros mismos, más cuanto la otra persona sea más insistente.
“Si es un deber respetar los derechos de los demás, es también un deber mantener los propios” Herbert Spencer.
Carlos Salas Merino
Psicólogo