MADRID, 13 May. (EDIZIONES) -
Las beguinas fueron aquellas mujeres cristianas que en el siglo XII, en Flandes y en los Países Bajos, decidieron agruparse para vivir juntas su deseo de entrega a Dios y a los más necesitados, pero haciéndolo al margen de las estructuras de la Iglesia católica, a la que rechazaban por su corrupción y por no reconocer los derechos de las mujeres.
Las mujeres que formaban parte de este modo de vida no tenían que pronunciar votos como hacen las monjas, ni debían comprometerse de por vida, sino que tenían que aceptar -durante el tiempo que estuvieran- vivir bajo la promesa de pobreza y castidad.
Eso sí, cualquier beguina que quisiese podía abandonar el grupo de forma inmediata y seguir con su vida.
Las beguinas construían casas en forma de hilera cerca de hospitales o iglesias en el centro de las ciudades, formando barrios enteros de casas de beguinas, a los que llamaron beguinajes.
A los beguinajes, cercados con puertas o vallas que cerraban por las noches, no podían acceder hombres, siendo el sacerdote el único varón con permiso para entrar en estos barrios el domingo para confesar y dar misa.
SU MODO DE VIDA
Las beguinas llevaban una vida dedicada a la oración, al cuidado de los enfermos y al trabajo manual, mayoritariamente con materiales textiles, gracias a los cuales podían financiarse.
Cada beguinaje contaba su propia organización, a manos de una supervisora, conocida como la 'Grande Dame', quien era elegida de forma democrática entre todas las mujeres que formaban la comunidad. La supervisora realizaba esa función por un tiempo limitado y contaba con la ayuda de un consejo.
EXPANSIÓN Y PERSECUCIÓN
Este modelo de vida se extendió rápidamente por el sur de Europa hasta Italia o España, y muchas mujeres empezaron a crear sus propios beguinajes. Pero fue precisamente este auge y su falta de sumisión a las altas esferas eclesiásticas lo que provocó su persecución por parte de la Iglesia.
Empezaron a sufrir denuncias de herejías y a quemar a beguinas en la hoguera. Uno de los casos más conocidos es el de Margarita Porete, la autora de 'El espejo de las almas simples', acusada de engatusar a sus confesores y por tanto de ser una bruja.
Dos siglos después de nacer, en el siglo XIV, este movimiento independiente tuvo que replegarse a sus lugares de origen (Flandes y Países Bajos) y aproximar posturas con la cúpula de la Iglesia para recobrar la paz y poder sobrevivir.
Con el tiempo, los beguinajes fueron perdiendo poco a poco su sentido religioso y se convirtieron más en un refugio para mujeres sin recursos como las viudas o las esposas de hombres que luchaban en la guerra.
ACTUALIDAD
Los beguinajes que han logrado sobrevivir desde la Edad Media hasta la actualidad se cuentan por decenas, pero no pasa lo mismo con las beguinas. Apenas quedan unas docenas en algunos beguinajes de Bélgica, en donde las dejan vivir según sus tradiciones.
La mayoría de beguinajes que se mantienen en pie han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco por su "reflejo como parte esencial del patrimonio arquitectónico de muchas ciudades", según dice la propia organización.
En algunos casos sus instalaciones han adquirido nuevos propósitos, como en el beguinaje de Lovaina, completamente restaurado, y que ahora pertenece a la Universidad de Lovaina, que lo utiliza como campus. O como el beguinaje de Kortrijk, en Bélgica, que se ha convertido en un museo.
Algunos de los más famosos son los de Brujas, Ámsterdam, Gante, Lier, Diest, Lieja, Tournai, Mons o Nivelles.