MADRID, 10 Nov. (OTR/PRESS) - Puede que, como decía Rubalcaba, España sea un país en el que se entierra admirablemente a los muertos. Yo creo que aún se lapida mejor a los vivos. Ningún deporte gusta tanto como declarar un culpable -que muchas veces puede que lo sea, pero no el único--, mandarlo al degolladero y después, olvidarlo, a la espera de un nuevo capítulo, aún más nefasto y llamativo, en el juego de tronos y vanidades. Ocurrió, recuerda usted, con un tal Errejón, un juguete roto que ocupó todas las portadas durante unos pocos días y después silencio. Ahora sucede con el president de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, protagonista indiscutible de los titulares -unos para mal y otros, para peor--, como si con su salida del poder el barro quedase disuelto como por ensalmo. Y no es eso, no es eso.