Foto: TURISMO DE CANTABRIA
Por Sandra Blasco
La capital de Cantabria se caracteriza por su permanente interacción con el mar; volcada totalmente en el Cantábrico, desde la bahía, el abra de El Sardinero y la costa norte de la ciudad según destaca la Oficina de Turismo de Cantabria.
El mar y, especialmente, las playas santanderinas, son parte esencial del día a día de los vecinos de la ciudad. Si en los meses de verano se convierten en el gran centro de atracción de habitantes y turistas, el resto del año siguen siendo lugar habitual de los santanderinos que las utilizan para pasear, hacer deporte, tomar un baño incluso en pleno invierno, tomar el sol cuando sale o acercarse a ver las enormes olas que provocan los temporales invernales.
Las playas de Santander pueden ser urbanas, las más concurridas, o semiurbanas e, incluso salvajes. Por ello desde la Oficina de Turismo de Cantabria se propone un recorrido por todas ellas para descubrir algunas de sus características.
La ruta empieza en las playas en el Promontorio de San Martín, en pleno centro de la ciudad dominado por la imponente figura del Palacio de Festivales de Cantabria. Junto al Museo Marítimo del Cantábrico, este lugar da acceso a la playa de Los Peligros que está unida a los arenales de la Magdalena y la de los Bikinis.
Esta última es así denominada porque en ella donde se vieron las primeras prendas de baño de dos piezas vestidas por las extranjeras que venían a Santander a veranear.
Todas ellas son de aguas tranquilas, pues se hallan en la bahía, donde el mar, salvo los días en que sopla el viento sur, se muestra plácido en la superficie. Pero bajo esa placidez se esconden las corrientes marinas que actúan en estos arenales, haciendo que cada año, después de las tormentas del invierno, las playas cambien de fisonomía.
La Península de La Magdalena es el accidente geográfico que separa las playas de Santander, y marca el límite de la bahía. Tras ella se asoma El Sardinero, con unas playas expuestas al mar abierto. La primera de ellas es la del Camello, así llamada por la curiosa roca que se encuentra en ella y que tiene la forma de este animal, tan extraño en estas latitudes.
Junto a ella está la Concha, y sin perder continuidad aparece la Primera de El Sardinero, quizás la más conocida y glamurosa de la ciudad. En torno a ella surgieron los 'baños de ola' a mediados del siglo XIX, y con ellos las primeras casetas de baños y los primeros hoteles para veraneantes. Es la imagen más típica del veraneo en el norte.
El gran arenal de El Sardinero se extiende hasta la Segunda playa, que al igual que todos los arenales de la ciudad, disfruta de un excelente ambiente en verano, llenas de pandillas de jóvenes, y familias que disfrutan de la comodidad de estas playas urbanas con todos los servicios y facilidades de acceso.
PLAYAS MÁS ÍNTIMAS.
Para los que deseen más intimidad, hay una pequeña ensenada al final de la Segunda, la pequeña playa de Los Molinucos, un rincón junto al rompeolas de más difícil acceso.
La playa de Mataleñas, bajo el parque y el campo de golf del mismo nombre, disfruta de un entorno excepcional, aunque su acceso, a través de una larga escalera, puede disuadir a algunos de visitarla.
Pero, en Santander no hay sólo playas urbanas. A pocos kilómetros del centro, dentro del municipio, están las playas de la Maruca, del Bocal y la Virgen del Mar, junto a la ermita de la patrona de Santander.
Estos arenales se caracterizan por estar ubicados entre acantilados abruptos, y rodeados de vegetación y escasas edificaciones. Una alternativa para quienes prefieran los entornos más salvajes.